jueves, 31 de diciembre de 2009

GEOGRAFÍA DEL HAMBRE: PERFILES DE LA POBLACIÓN HAMBRIENTA


Viñeta de Ferreres en el Diario "Público", Noviembre de 2009



Según datos del último informe de la FAO, de Octubre de 2009, en el mundo existen 1.029 millones de personas que padecen hambre. Es la peor cifra conocida desde 1970 y significa que en el último año esta triste nómina se ha visto incrementada en 100 millones de personas. Quiere decir esto que 1 de cada 6 seres humanos sufre la extrema carencia de la alimentación básica.
En términos absolutos la mayor cantidad de hambrientos se concentra en Asia y el Pacífico (642 millones) mientras que en términos relativos las notas más graves se manifiestan en África Subsahariana, con un tercio de la población afectada. Es importante en el contexto actual no perder de vista que en el mundo desarrollado el problema también se incrementa, afectando en la actualidad a unos 15 millones de personas. Existen algunas paradojas llamativas en la situación actual del mundo en relación a este tema: una es que la mayor concentración de hambrientos se encuentra en el mundo rural (allí vive el 70% de los pobres del mundo), otra que 2/3 de la población mundial que se dedica a producir alimentos pasa hambre y la última revela que el incremento en el número de personas que atraviesa esta realidad adversa ocurre precisamente en un año en el que la cosecha mundial de cereales ha registrado una cantidad record. Tampoco se debe perder de vista que si bien el hambre no es la precaria realidad que ensombrece la vida de todos los pobres, esta situación que se describe ocurre en un contexto mundial en el que la situación de carencia extrema cada vez afecta a más personas: más de la mitad de la humanidad subsiste al límite con menos de 2 dólares y medio al día.
Las causas estructurales basadas en las injustas relaciones internacionales, es decir la desigual y dispar distribución del poder, el dinero y los recursos, que están en el origen de este problema a nivel global, se han visto apuntaladas por las políticas liberales impulsadas e impuestas a los países pobres por el FMI y el Banco Mundial en los últimos años. Bajo la fallida proposición de que había que confiar en el mercado como la mejor estrategia para combatir el hambre, se guió por un camino equivocado a gran parte de los países que ahora atraviesan las situaciones más difíciles. Como causas más coyunturales, aunque sin duda derivadas de aquéllas, se deben situar también la crisis económica internacional y la subida de los precios de los alimentos básicos iniciada en 2007.
La primera es responsable de casi un 10% del incremento del número de desnutridos que se registrará este año y provoca que cada vez los alimentos sean más inalcanzables para la gente más necesitada, ya que a esos pobres les llegarán menos recursos (trabajo y remesas) en un marco mundial en que ha caído en picado la Ayuda Oficial al Desarrollo y específicamente la ayuda alimentaría mundial. El efecto de una ayuda escasa a estos países, incumpliéndose permanentemente los compromisos que libremente adquieren los países ricos en los foros internacionales y la muy mejorable eficacia de la misma explican, por otra parte, la gravedad que ha adquirido este problema.
El incremento de los precios de los alimentos es debido a diferentes factores: el aumento del precio del petróleo, la caída en la producción de materias básicas de los países productores, la disminución de las reservas de los países exportadores más pobres (siguiendo las recomendaciones del FMI de desregular los mercados interiores), el aumento de la demanda de bio-combustible, la caída del valor del dólar, las restricciones a la exportación por parte de algunos países y la especulación sustentada en las bolsas internacionales sobre mercados de productos básicos.
Otros factores contribuyen a debilitar aún más la seguridad alimentaría de muchas poblaciones del mundo, como el crecimiento demográfico, el cambio climático y los desastres naturales.
La concordancia en el mapa entre los países con más población hambrienta, los que sufren más corrupción y falta de democracia real y aquéllos en que el reparto de la tierra es más desigual, explica por sí sola en qué factores se basa la perpetuación de esta situación a nivel mundial.
Los grupos de población más afectados son los más vulnerables: trabajadores rurales sin tierra y pobres o que dedicaron su tierra a cultivos que no sirven para su alimentación por lo que son compradores netos de alimentos, familias con mujeres solas o pobres urbanos. Esta legión de seres humanos viviendo al límite se está viendo incrementada con rapidez por grupos nuevos, que hasta ahora habían salido indemnes, pero que están muy afectados por la crisis.
El hecho final de que haya excedentes de alimentos en los países productores (el grano en Canadá o USA, por ejemplo) que no puedan pagar los hambrientos de los países pobres en sus mercados locales (a donde se dirige la mitad de la producción) por el elevado precio que impone el mercado internacional, no es más que la expresión de esa evidencia tanta veces repetidas de que el problema del hambre no es de escasez de alimentos sino de problemas de acceso a los mismos. Esto es, que el hambre no es un problema de falta de comida sino de pobreza.
Frente al evidente fracaso del sistema de relaciones económicas internacionales y la inoperancia o ausencia de las medidas correctoras locales es preciso reforzar, desde el ámbito de la reforma de las Naciones Unidas, la gobernanza global frente a los imperativos del mercado. La puesta en marcha de algunas de ellas, entre las que destacan la conocida como tasa Tobin con la que se gravaría el trasiego financiero internacional para generar recursos que se destinarían al mundo en desarrollo, la imposición de aportaciones adicionales a aquéllos países que más se benefician del precio de los recursos en los países pobres, que más contaminan o que más energía consumen, se vislumbran en la coyuntura actual como recetas imprescindibles. El peso determinante de Europa en apoyo a la puesta en marcha de estas iniciativas es también urgente y muy ajustado al perfil social con que la UE debe situarse en el panorama mundial.
Quienes por su experiencia acreditada sitúan la base del problema en la esfera política nos recuerdan siempre que, por eso mismo, las soluciones deben ser también políticas. Existen en el mundo conocimientos, tecnología y potencial económico para erradicar este mal. Éxitos recientes como los cosechados por China e India en la reducción de este problema indican que el camino existe y es posible transitarlo. Pero falta decisión e interés. Si existieran se tomarían rápidamente medidas como estas:
Aportar recursos suficientes a la agricultura y la seguridad alimentaria mundial (los organismos internacionales la han cifrado en unos 83 mil millones de $ en los próximos 3 años), volver a acumular reservas de cereales en los países con mayores problemas de alimentación, apostar definitivamente por la innovación tecnológica agrícola e impulsar con decisión proyectos contra la desnutrición y la ayuda alimentria.




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Tras el paso del huracán Ike en Septiembre de 2008, el hambre, esa vieja conocida de casi todos en Haití, esa compañera fiel, ha obligado a muchos a comer galletas de barro. Tal como suena. En Gonaïves, en las inmediaciones de lo que fue la cárcel de Fort Dimanche, donde se torturaba a los presos políticos durante la dictadura de Duvalier (de 1964 a 1971), las mujeres preparan temprano una masa con arcilla, aceite y sal. Con ella fabrican unas galletas que dejan secar al sol. El lote de tres galletas se vende en el mercado de La Saline a cinco gourdas (10 centavos de euro) (1), bastante más barato que “la comida de verdad”. Se comen a pedacitos, masticando despacio. Sacian el hambre por poco dinero pero causan desnutrición, dolor intestinal y parásitos. La situación es tal que las maestras no saben cómo hacer entender a sus alumnos los peligros que tiene sustituir una comida, o varias, por las galletas de arcilla. En realidad poco se puede hacer cuando la gente tiene hambre y nada que llevarse a la boca.

Cerca de allí, en la Escuela Nacional Mixta, una chabola destartalada de madera con una cocina de petróleo adosada en la parte posterior, los niños aprenden la división administrativa del país y la fecha de la independencia sin mapas ni cuadernos y con apenas un libro para todos. Cualquier conversación, inevitablemente, deriva hacia la cuestión esencial, quizás la única: la comida. Los niños se quejan de que antes de comer notan las piernas débiles y tienen miedo de caerse si permanecen mucho rato de pié. Se cansan mucho, duermen mal, están irritables y no avanzan en los estudios. Samanta, la maestra, se lamenta de que casi no tienen capacidad de concentración. Ahora todo es mucho peor que hace dos o tres años, antes de la subida de los precios de la comida y del paso del huracán. Entonces podían dar a la mayoría de los escolares medio tazón de arroz y frijoles y alguna vez algo de pescado donado por la cooperación internacional. Para la mayoría era la única comida del día. Ahora, cuando hay algo que ofrecer a los niños, la dirección de la escuela adelanta la ración del mediodía a las diez de la mañana, para evitar que se duerman en clase. Muchos abandonan el centro después de comer. Una parte de la ración se la llevan para compartirla en casa. Allí los padres intentarán mandarles a dormir temprano para “que se recuperen”.

El 7% de la comida que se consume en aquél país procede de la ayuda internacional. Hace 5 años era el 20%. Los 5,3 millones de haitianos que no logran comer al día las 1.860 kilocalorías que se precisan, como mínimo, para poder sobrevivir en aquel país componen el 58% de la población. Es la peor cifra de América Latina y el Caribe y la 4ª peor del mundo. El promedio de energía que no es capaz de reunir cada uno de estos hambrientos, en forma de alimentos, para ser ingerida es de más de 400 kilocalorías diarias. Es decir que más de la mitad de la población pasa hambre y el déficit de lo que necesitarían comer cada uno de ellos diariamente supera en un 40% lo que en la actualidad comen.

En un país cercano, Guatemala, las mujeres de la comunidad campesina de Primavera (Ixcán) han decidido agruparse, crear un huerto de pequeños cultivos, defenderlo de los “invasores nocturnos” levantando cercos y estampando una denuncia ante el juez y conseguir rastrillos y calderos para transportar el agua. Es una forma de ganar algún dinero, comer y resistir. Para el consumo interno, algunas familias producen algunas semillas, banano y tubérculos, pero el 51 % de los hogares no posee tierra. Los hombres emigran a Estados Unidos. Los que no lo hacen se ocupan en cortar árboles y matas y en preparar la tierra en las plantaciones que quedan.
Las mujeres regarán y cosecharán. Dejaron de cultivar maíz porque así se lo pidió el gobierno hace unos años siguiendo las recomendaciones del Banco Mundial. Lo hicieron encantados porque quien se acogió al plan recibió una buena recompensa, pero ahora no tienen el cereal que necesitan para sobrevivir y no pueden comprar el canadiense que se vende en el mercado porque es muy caro para ellos.

La mujeres quetchíes de aquélla comunidad caminan y caminan todo el día. Desde que se levantan. Van al pequeño terrenito que tienen sembrado allá lejos, van a por agua (aún más lejos), van al pueblo a intentar vender alguna hortaliza o van a la casa donde los niños esperan y lloran porque no han comido nada en todo el día. Esas mujeres caminan tanto que no les queda tiempo para ir a la escuela y alfabetizarse, ni para acudir al consultorio a buscar esa medicina que necesitan para combatir los parásitos intestinales o para que les pongan la inyección anticonceptiva o para vacunar a los niños. Cuanto más caminan más pobres son y más hambre pasan. Como nunca se detienen nunca dejarán de ser incultos y cada día estarán más enfermos.
Según datos del último informe de la FAO sobre Seguridad Alimentaria (2) el 70% de los pobres del mundo viven en el mundo rural y 2 de cada 3 personas que se dedican a producir alimentos pasan hambre. Esta increíble paradoja es la manifestación palpable de que el hambre es el final fracasado de una estrategia adaptativa que, como las reservas de proteínas del organismo sometido a la escasez crónica, se va agotando poco a poco. Cuando empiezan las dificultades estacionales o, como en la coyuntura histórica actual, las estructurales -crisis económica en un contexto de injustas relaciones comerciales internacionales y elevación del precio de los alimentos-, las familias más vulnerables a esas adversidades inician un penoso camino a ninguna parte intentando evitar que esa pobreza les lleve a su más descarnado final, el hambre. En todos los lugares del mundo son las mismas: familias rurales que no poseen tierras y ganan muy poco por su trabajo, o están sustentadas por mujeres solas o, acaso y por último, siendo propietarias de un pequeño terreno deben ser compradoras netas de alimentos porque no pueden autoabastecerse completamente.
Así, al principio se restringen algunas comidas, empezando por las raciones de los adultos. En segundo lugar se cambia la composición de la dieta incrementando la compra de alimentos de menor calidad y, por tanto, más baratos. Esto es sólo posible en las regiones del mundo donde la diversidad alimentaria lo permite por ser suficientemente amplia. Si la situación se sigue manteniendo llega un momento en que se vuelve límite para muchos pobres y hambrientos crónicos que dedican hasta 4/5 de lo que ganan a alimentación de supervivencia de forma habitual. Esto generalmente lleva a las familias más necesitadas a asegurar el aporte calórico mínimo a base de consumir alimentos muy ricos en grasas (el elemento barato de la dieta) y poco en proteínas (el elemento caro). Esto explica que el paso previo a la desnutrición para muchos niños del mundo sea la obesidad, que es la cara más común de la malnutrición, aunque, en realidad, ambas sean manifestaciones de la misma precariedad. La desnutrición franca, en fin, llegará más tarde y aumentará infinitamente la probabilidad de que los niños fallezcan precozmente o presenten importantes problemas de desarrollo físico y mental a lo largo de su vida. Cuando todo fracasa las familias se ven obligadas a vender, si lo tuvieran, los bienes familiares, lo que les conducirá a la inseguridad y a la vulnerabilidad total.
Sin saber que todo eso está “descrito en la literatura”, sin calcular siquiera hasta qué punto su vida está predestinada y puede resultar predecible para los organismos internacionales, Mikembe Duwan, campesina de Mbeya, en Tanzania, tuvo que deshacerse por necesidad de una granja grande, de cinco hectáreas. Estaba embarazada cuando empezó a escasear la comida y la fue vendiendo de hectárea en hectárea para sobrevivir. Ahora ya no puede cultivar más. Su hijo (el sexto) nació con muy poco peso y muy débil. Murió antes de cumplir un mes de vida. “Ahora no tenemos comida –se queja- porque no hay nadie que pueda ir a buscarla; mis hijos mayores también están muertos. Antes podía trabajar, pero ahora nos quedamos con hambre porque no puedo hacer nada. Echo de menos mi tierra”. Es una realidad sin tapujos: el 65% de las embarazadas en África Subsahariana sufren desnutrición. La mortalidad de sus hijos recién nacidos es 10 veces superior a los de madres que se alimentaron bien. Las embarazadas y los niños son los que más sufren las consecuencias de la mala alimentación.
A fuerza de repetirlo volvemos a considerar que en realidad el problema de esta cruel injusticia no es la falta de alimentos sino la dificultad de acceso de una gran parte de la población a ellos. El campesino de la India en el que sin duda pensaba la Sra. Clinton cuando escribió el artículo sobre la seguridad alimentaria publicado recientemente en la prensa (3), es un hombre afortunado porque aún viviendo en el país que ostenta el triste récord de reunir la mayor cantidad de hambrientos del mundo (230 millones), el mismo en el que la práctica totalidad de la tierra cultivable es propiedad de los grandes terratenientes y las transnacionales de la alimentación que las siembran para exportar sus frutos o para desviarlos al mercado agro-energético, posee un pedacito de terreno como toda fortuna para sobrevivir. En el último año el precio del combustible ha encarecido el costo de lo cultivado, por lo que el campesino, después de alimentar a su familia con lo obtenido, no puede vender lo que le sobra (con lo que podría comprar otros productos que necesita) porque la gente de su aldea es muy pobre y no puede comprarlo. Tampoco puede llevarlo al mercado de la ciudad porque el transporte se ha puesto muy caro y, además, no hay una carretera transitable que le permita desplazarse hasta allí. En aquélla ciudad del Este del país un muchacho de la misma aldea que emigró hace años para engrosar las bolsas suburbiales de la pobreza, con su trabajo de limpiabotas ha obtenido unas rupias con las que desea comprar comida, pero en el mercado la comida es demasiado cara (grano de Estados Unidos, pescado en conserva procedente de Dinamarca, etc) y la que él podría pagar, las hortalizas y frutas que produce y le sobra al campesino de su pueblo, no la puede alcanzar porque nunca llegarán al mercado y se pudrirán en los campos. Es decir que el alimento está ahí pero este sistema implacable impide que quien tiene hambre pueda conseguirlo. La Secretaria de Estado norteamericana lo dijo bien claro, pero no explicó por qué su país encabeza y lidera las políticas liberales impuestas al mundo en los últimos años que producen realidades injustas como la descrita.
Cerrando sin saberlo este círculo feroz, oí contar a Vhana Makharji la triste historia de su tío, el campesino de Karnataka, en India, que no puede vender sus hortalizas mientras se muere de hambre. Ella, inmigrante sin papeles en España, a dónde llegó hace ya tres años, está sola y es madre de un niño malnutrido con el que acaba de refugiarse en un piso para “mujeres con dificultades” que gestiona una ONG con fondos públicos en Vicálvaro (Madrid). La trabajadora social que le tramita las ayudas a las que tiene derecho me lo dijo: “Lleva varios meses malviviendo en la calle pasando hambre y calamidades con ese niño. Muchas inmigrantes pasan por todo eso porque no saben que pueden pedir determinadas ayudas del Estado. Aunque si te digo la verdad no las entiendo. Creo que para pasar tantas calamidades es mejor no moverte de tu tierra”.
Aquí como allá una parte fundamental de los problemas es el acceso a los recursos. La mayoría de las muertes que provoca el hambre son evitables. Por eso no es admisible que no se tomen definitivamente las medidas que lo erradiquen de la faz de la tierra. Porque acabar definitivamente con la pobreza extrema y el hambre es posible.


José Manuel Díaz Olalla
Médico Cooperante


(1) Eva Máñez, Abril de 2009, en ww.rebelión.org
(2) FAO, Roma, Octubre de 2009. Disponible en www.fao.org
(3) H. Clinton, diario “El País”, 16 de Octubre de 2009

(Publicado en la Revista "Temas para el Debate", nº 181, Diciembre de 2009)
(Todas las fotos son del autor)

miércoles, 30 de diciembre de 2009

EL INFORME DE DESARROLLO HUMANO DE 2009: UNA MIRADA DISTINTA Y NECESARIA HACIA LAS MIGRACIONES INTERNACIONALES


En el mes de Octubre del año que termina el PNUD publicó su “Informe sobre Desarrollo Humano” de 2009. Como es habitual, además del análisis específico del desarrollo a nivel mundial, se dedica gran parte del mismo a un tema monográfico. En esta ocasión estudia en profundidad el fenómeno de las migraciones internacionales y deshace con datos objetivos algunos mitos muy arraigados en el imaginario colectivo. Así, demuestra que vivimos en un mundo extremadamente móvil, donde la migración no es sólo inevitable, sino también un derecho fundamental de las personas. Casi mil millones de personas, es decir una de cada siete en el mundo, son migrantes. El informe titulado “Superando barreras: movilidad y desarrollo humanos” concluye que la migración puede mejorar el desarrollo humano de todos, tanto de quienes se desplazan como de las comunidades de destino e, incluso, de los que permanecen en su lugar de origen pero se nutren de los beneficios del esfuerzo de quienes se trasladan.
Contrariamente a lo que se cree la mayor parte de las migraciones ocurren dentro de los países y, después, de unos países pobres a otros países también pobres. Sólo un 30% de las migraciones internacionales tienen como destino los países más prósperos. Además, diferentes estudios que se citan demuestran que los más pobres son los que menos migran por no poder afrontar el gran desembolso material que generalmente se requiere. Por ello los colectivos más desfavorecidos son quienes menos se pueden beneficiar de avances tan importantes como los que obtienen los que emigran, tales como aumentos de más de 15 veces de sus ingresos y disminuciones mayores de 16 veces de la mortalidad infantil a nivel general. El informe señala también que las ventajas más contundentes las experimentarán las generaciones posteriores a quienes “dan el salto”.
A pesar de las opiniones imperantes, quienes emigran suelen aumentar el producto económico de los países de destino, dando más de lo que reciben. Según la información exhaustiva que se desgrana la inmigración aumenta el empleo en las comunidades receptoras, no desplaza a los trabajadores locales del mercado laboral y mejora las tasas de inversión en nuevas empresas e iniciativas. El impacto global de los migrantes en las finanzas públicas, tanto nacionales como locales, es bastante reducido, existiendo numerosas pruebas de los beneficios en otros ámbitos, como la diversidad social y la capacidad de innovación.
Aunque como se ha dicho quienes emigran pueden aumentar sus ingresos y mejorar sus perspectivas de educación y salud, el informe sostiene algo más importante: ser capaz de decidir dónde vivir es un elemento clave de la libertad humana. Por ello la reducción de las barreras y otros obstáculos al movimiento de las personas, así como la implantación de políticas que garanticen mejor los derechos de los migrantes, pueden traducirse en grandes avances en materia de desarrollo humano para todos.
Algo que la opinión pública europea y los legisladores de nuestros países parece que no acaban de comprender.

José Manuel Díaz Olalla

(Se puede consultar y obtener el Informe de Desarrollo Humano 2009 en la página web: http://hdr.undp.org/es/informes/mundial/idh2009/)
(Publicado también en la web de la Fundación Sistema, Diciembre de 2009)

¿Cuándo caduca la información epidemiológica?


Con frecuencia oímos cómo se pone en tela de juicio la validez de alguna información epidemiológica, especialmente la que procede de datos de mortalidad, con el argumento de que no está suficientemente actualizada. Como es una evidencia que esa información, por la complejidad que conlleva y por las limitaciones que la legislación de protección de datos impone, no es posible tenerla “on line” –a diferencia de otra, como la demográfica, económica o la procedente de encuestas relativas a estilos de vida -, es de justicia aclarar algunas cuestiones que ayuden a desterrar de una vez conceptos erróneos que no hacen más que generar dudas sobre la solvencia de los resultados que importantes esfuerzos de investigación en salud hacen surgir a la luz de los datos.

Con frecuencia oímos cómo se pone en tela de juicio la validez de alguna información epidemiológica, especialmente la que procede de datos de mortalidad, con el argumento de que no está suficientemente actualizada. Como es una evidencia que esa información, por la complejidad que conlleva y por las limitaciones que la legislación de protección de datos impone, no es posible tenerla “on line” –a diferencia de otra, como la demográfica, económica o la procedente de encuestas relativas a estilos de vida -, es de justicia aclarar algunas cuestiones que ayuden a desterrar de una vez conceptos erróneos que no hacen más que generar dudas sobre la solvencia de los resultados que importantes esfuerzos de investigación en salud hacen surgir a la luz de los datos.

El INE y los institutos estadísticos de las CCAA ofrecen al investigador datos en crudo de mortalidad sin elaborar, de forma definitiva, con un decalaje mínimo de 3 a 4 años. Si esos datos se solicitan con determinado nivel de desagregación territorial (de municipio de más de 50.000 habitantes para “abajo”) o con determinada elaboración (tasas ajustadas de mortalidad, esperanza de vida) el margen asciende a más de 4 años. Estos inevitables “desfases” son exactamente eso, imposibles de evitar, en nada afectan a la credibilidad que la comunidad científica otorga a los hallazgos y, además, “perjudican” a todos los colectivos de investigadores por igual. Juzguen si no.

El Estudio de Salud de la Ciudad de Madrid es un trabajo de investigación epidemiológica elaborado por el Instituto de Salud Pública de Madrid Salud entre los años 2004 y 2007. Fue publicado y presentado públicamente en 2008. Se apoya metodológicamente en dos fuentes fundamentales de información: la Encuesta de Salud de la Ciudad de Madrid (2004-2005) y un amplio estudio de mortalidad de la ciudad y sus distritos elaborado con los datos de las defunciones ocurridas entre 2002 y 2004.

Uno de los estudios más importantes que se publican sobre carga de enfermedad y discapacidad que afecta a la población mundial es el que lleva por título “GLOBAL HEALTH RISKS. Mortality and burden of disease attributable to selected major risks”. Lo realiza la OMS y la versión actual ha sido publicada hace unas semanas (27 de Octubre de 2009). Se puede consultar a través del link http:///http:///.


En él se analiza y cuantifica la morbilidad que soportan las poblaciones del mundo y el peso que, en su producción, tienen los diferentes factores de riesgo conocidos. Este importante documento se nutre de datos de mortalidad, morbilidad y discapacidad del año 2004.

Pocas semanas antes se había publicado otro excelente trabajo de salud pública mundial, el Atlas de Mortalidad de la Unión Europea (“ Atlas on mortality in the European Union”). Lo ha publicado la agencia europea de estadística (EUROSTAT) y se basa en datos de defunciones del periodo 2002-2004. Este trabajo se puede consultar en la página web:
http://epp.eurostat.ec.europa.eu/cache/ITY_OFFPUB/KS-30-08-357/EN/KS-30-08-357-EN.PDF.

Una de las joyas de la investigación epidemiológica que podemos analizar en lo referente a la situación de la salud en España acaba de publicarse este mismo año. Se trata del “Atlas de Mortalidad en Ciudades de España (1996-2003)”. En él se analiza por primera vez este fenómeno de la salud (la muerte) en “área pequeña”, con la trascendencia que tal aspecto tiene, ha sido realizado por el quipo de investigación MEDEA y lo estudia en el periodo que precisa su propio título. Es decir, los datos más recientes que sopesa son 6 años anteriores a su publicación. Se puede consultar en: http://www.aspb.cat/quefem/docs/libro_atlas_alta_2009_inter.pdf .

Con ser contundentes estas evidencias, el argumento de la validez de todos estos trabajos no está en el imponderable de que no haya alternativas a tal supuesta “desactualización” de la información, sino a otros aspectos más relevantes y de mayor enjundia científica. Yo diría que a tres que resultan tan evidentes y contrastados que toda la colectividad científica los asume de forma unánime:

1.- Los fenómenos que se describen y estudian, la mortalidad y la morbilidad, y sus indicadores son mucho más estables en el tiempo de lo que podríamos imaginar. Esos estudios lo revelan cuando analizan cifras de series históricas retrospectivas. El motivo es evidente: las causas que los producen son también muy lentas en sus dinámicas y, una vez ocurridas, manifiestan su impacto en la salud mucho tiempo después.


2.- Las posiciones relativas de los territorios que se observan en los trabajos (distritos, ciudades, países), unos respecto a otros, son aún mucho más estables en el tiempo que los propios indicadores que se comparan, y el que estuvo entre “los últimos” o “debajo de aquél” con mucha seguridad continuará en la misma situación relativa.

Y el más importante: 3.- la relación que evidencian los trabajos entre factores condicionantes y salud persisten de forma permanente a lo largo del tiempo y se dará en el momento actual tal y como se dio hace 5, 10 ó 50 años. Por ejemplo, no importa mucho que haya disminuido la proporción de personas con nivel educativo bajo en un territorio, ya que donde quiera que encontremos este problema hallaremos la misma traducción en la salud de la gente que la encontrada anteriormente en la zona analizada (baja esperanza de vida, más mortalidad por enfermedades infecciosas, más obesidad, peor salud mental) .

Es preciso liberarnos de prejuicios temporales inútiles en lo que tiene que ver con la mayor parte de los datos epidemiológicos que nos ayudan a entender la realidad de la salud de la población. En ocasiones, la supuesta incertidumbre podría ser más bien reticencia a abordar los cambios que el conocimiento de la información nos exige.

José Manuel Díaz Olalla
Dedicado a los incrédulos, ya que ellos nunca tendrán el reino de este mundo
(Publicado también en la web de Madrid Salud, Diciembre de 2009)

jueves, 6 de agosto de 2009

Congo: la catástrofe humana interminable



Existe una ecuación muy común en el atormentado panorama del mundo actual que, no por advertida hasta la saciedad, deja de sorprendernos cada vez que nos enfrentamos a ella. La formulación puede hacerse en estos términos: “país en desarrollo, especialmente si es muy pobre, que atesora muchas riquezas naturales”. No se trata de una incongruencia. Al contrario, se da mucho. De entrada esa combinación equivale a decir violencia, corrupción y pueblos condenados a padecer todo tipo de atropellos. Sobre todo si a este “escenario” inicial le añadimos algunos ingredientes adicionales también muy frecuentes, tales como: fragilidad del Estado y avidez sin límites de vecinos y/o potencias extranjeras. Cuando se da el síndrome completo el resultado en términos de los derechos de las personas es definitivamente fatal. En estas adversas circunstancias las penurias de la gente pueden multiplicarse hasta el infinito.

Mirando las imágenes de televisión sobre lo que sucedía este pasado mes de Noviembre en la ciudad de Goma, en la Región de Kivú Norte, la zona otrora turística del Este de la República Democrática del Congo, tuve el convencimiento de que estaba viendo imágenes de aquel mismo lugar tomadas en Julio de 1994. Eso sospeché y aún ahora me cuesta dejar de creerlo por más que el periodista que relataba la crónica insistiera en que las imágenes de los campos de refugiados (Mugunga, Bukavu) estaban tomadas el día anterior a la emisión. Significa eso que todo sigue dramáticamente igual. Bueno, en realidad lo que no cambió fueron los lugares, el espacio físico, los criminales que provocan la barbarie ni los potentados sin escrúpulos que los apoyan, arman y manejan, como si de muñecos se trataran, a miles de kilómetros. Tan sólo hay una sutileza que no pude apreciar al primer golpe de vista seguramente por mis limitaciones para percibir las diferencias fenotípicas más comunes en aquéllas latitudes. Un pequeño detalle que es tan insignificante como lo son quienes lo protagonizan: los niños semidesnudos, las mujeres hambrientas cargadas de pertrechos inservibles o los hombres harapientos y descalzos que vi en la televisión son otros distintos a los que pude observar y atender en aquellos trágicos días de hace 14 años. Los que ocupan ahora la pantalla, tan a su pesar, son otros. Aquellos a quienes recuerdo al exigirle un poco más a mi memoria algo enclenque, murieron todos. O casi todos. Prácticamente ninguno de aquél millón de seres humanos que protagonizó lo que los medios de la época llamaron el mayor desastre humanitario de los tiempos actuales, vive ya... “El mayor desastre humano”, hubiera titulado yo la crónica de esos lejanos días con más propiedad, culminó con que la mayoría perdió la vida en el intento inútil y desesperado de conservarla en aquéllas condiciones tan hostiles... Pero tan triste es comprenderlo como convencerse de que allí “el material humano” importa poco. Se cambia por otro y se sigue expoliando. “Hay de sobra”, han de pensar algunos. Sobra de todo: coltán, diamantes, oro, cobalto... y gente a la que vapulear miserablemente. Lo único que no cambia y que no debe variar para beneficio de unos pocos es el escenario material (el lugar físico donde se concentran las reservas más importantes del mundo de algunos recursos naturales) y los otros actores: los que dirigen y los que ejecutan. Las órdenes y los hombres.


Es bueno, casi siempre, recordar cómo empezó todo. Aporta perspectiva y ayuda a comprender. Los antecedentes se remontan, tras la descolonización, a las décadas de explotación protagonizadas por el dictador Mobutu. El genocidio ruandés de 1994 y el posterior éxodo de cientos de miles de personas al vecino Congo (en aquélla época Zaire) marcó un punto de inflexión determinante en la deriva posterior de los acontecimientos. La inestabilidad que la presencia de tal cantidad de refugiados generó en la zona y la amenaza que ello significaba fue suficiente para que Ruanda justificara la guerra civil que provocó y sostuvo mediante la intervención de grupos guerrilleros intermediarios en 1996. Esa guerra que ha tenido exacerbaciones cíclicas y cuyos coletazos más recientes son los que observamos ahora, oculta en realidad la avidez y la codicia sin límites de Ruanda y de otros vecinos. El resultado inmediato es la tragedia humana causada por la primera guerra mundial africana, tal y como le definió la Sra. Madeleine Albright. Esa barbaridad se resume hoy, contabilizando sólo el periodo 1996-2008 y dejando aparte el genocidio ruandés de 1994, en más de 5 millones de muertos y varios millones de desplazados. Estos últimos en realidad componen una nómina discontinua e intercambiable, porque frecuentemente dejan de ser desplazados, pasando a restar en esa lista, para entrar a sumar en la otra, en la de fallecidos. Es el tránsito habitual en las estadísticas de las organizaciones internacionales. Se relata así: uno sale de su casa con su familia ante la presión insoportable de hombres armados de cualquier pelaje y bandera ante el temor de ser aniquilado inmediatamente, pasa varios años después mendigando caridad y ayuda humanitaria en campos de refugiados que debe abandonar frecuentemente ante la amenaza de otros hombres armados, o de los mismos, hasta que un día el cólera, el sarampión, el hambre o un tiro pone punto final a esa precaria subsistencia. De esta manera a día de hoy un millón de personas desplazadas de sus hogares se concentra en diferentes lugares al Norte del lago Kivú, viviendo al límite la experiencia improbable de no pasar a engrosar, finalmente, la siniestra y definitiva lista que confeccionan mensualmente ONG’s y agencias internacionales.

Congo nunca estará en paz mientras no se extinga la maldición histórica cuyos efectos sufre sin tregua: esconder bajo su suelo fabulosos recursos naturales. Se sabe que allí están los más puros y grandes depósitos naturales de niobio, casiterita, oro, diamantes y heterogenita . Allí se guarda el 30% del cobalto de todo el mundo, el 10% del cobre y el 80% del coltán. Este mineral (formado por la columbita y la tantalita) es, en la actualidad, uno de los más codiciados pues en pequeñas dosis es indispensable para la fabricación de tecnología electrónica de masiva demanda (teléfonos móviles, ordenadores, equipos de radiodiagnóstico, etc). En los últimos años Ruanda y sus grupos satélites han saqueado, acaparado y, después, vendido a un excelente precio, el coltán congoleño de las zonas que controlan. Esta situación insólita ha merecido condenas unánimes de las Naciones Unidas, institución que recordó recientemente que mientras el 80% de la población de Congo vive con menos de 30 centavos de dólar al día, millones de dólares salen diariamente del país para engordar abundantemente los bolsillos de intermediarios, gobiernos vecinos y empresas multinacionales. Adivinamos que se cierne además sobre aquél país un futuro bastante sombrío cuando conocemos que, para colmo de males, se ha descubierto que en el lago Kivú se encuentran también fabulosas reservas de gas prácticamente sin explotar.

Como ya se esbozó, el otro problema de Congo, que tiene que ver con el de ser tan rico en recursos naturales, son sus vecinos. Se trata de un vecindario muy poco recomendable, con mucha artillería, pocos escrúpulos y ningún interés por la gente. Esos países que con tanta saña saquean Congo lo hacen inducidos por las grandes compañías mundiales que son las destinatarias de los productos extraídos y quienes hacen el gran negocio final. La comunidad internacional y las grandes potencias ignoran lo que ocurre y dejan que esas poderosas empresas impongan la ley de la selva y contribuyan a pisotear los derechos más elementales de millones de personas. En realidad algo bastante frecuente en el mundo de hoy: los gobiernos de las potencias (locales y mundiales) se pliegan a los intereses de quienes en realidad gobiernan el mundo: las grandes compañías multinacionales. Los ejércitos se convierten, al final, en meros instrumentos de los intereses de aquéllas. En este panorama crónico desolador un nuevo elemento, otro actor, ha hecho su aparición para enredarlo todo un poco más y provocar el reavivamiento del conflicto en su versión actual. Ese actor se llama China. El gobierno de Congo, es decir el propietario legal de los recursos de aquél país, ha firmado una serie de acuerdos comerciales con el gigante asiático para venderle parte del coltán que se extrae en su territorio. Esto ha contrariado los planes de Ruanda, el principal beneficiario del expolio de ese mineral y, a través de su guerrilla-títere (Reagrupamiento Congoleño para la Democracia, RCD) dirigida por Laurent Nkunda, ha reactivado las hostilidades en Kivú Norte para impedir que el gobierno de Congo controle aquélla zona tan rica en ese mineral y pueda cumplir sus compromisos con China. Ahora Ruanda y sus satélites, las guerrillas pero también países como Uganda, representan en el escenario de conflicto la agrupación de intereses contrarios a la presencia de China en África y en la comercialización de sus recursos.

Mientras los escenarios se renuevan y algunos actores cambian, los extras de esta historia, la población civil congoleña, sigue padeciendo la brutalidad de las consecuencias de esta fiebre de algunos por enriquecerse sin límite. Porque este conflicto se ha caracterizado desde el punto de vista de la situación humanitaria por tres aspectos especialmente deplorables: los ataques indiscriminados y brutales contra la población civil, la violación sistemática de las mujeres y el reclutamiento forzoso de niños para abastecer a los grupos guerrilleros. A pesar de la multitud de denuncias e iniciativas de todo tipo que han intentado que acaben la guerra y los abusos, hasta ahora los resultados han sido infructuosos. Las organizaciones humanitarias, empezando por la fuerzas de Naciones Unidas para ese conflicto (MONUC), se han mostrado ineficaces para defender a la población civil. El mundo, mientras eso ocurre, se muestra incapaz de detener las atrocidades y los crímenes, que es lo mismo que decir inútil a la hora de conseguir que los países involucrados en el conflicto (Congo, Uganda, Ruanda, Zimbabwe y Angola) abandonen sus intereses ilegítimos en ese país y/o desmonten sus maquinarias de guerra y las de sus grupos satélites.

Otro mundo es posible, nos han dicho como enunciando una utopía hermosa, sobre todo si un nuevo orden mundial impusiera que, en el final de esta cadena, las grandes compañías se movieran con criterios éticos y no solamente económicos y dejaran de alimentar conflictos tan terribles como este. Una nueva política exterior de Estados Unidos, que quizás pueda llegar a darse en los próximos años, ayudaría a transformar esta realidad tan injusta.

Aunque tal y como funcionan las cosas el hecho de que la inmensa mayoría del pueblo norteamericano desconozca hoy lo que pasa en Congo, porque ningún medio de comunicación de alcance en aquél país ha contado nunca nada de ello, nos hace pensar que el nuevo gobierno de Obama no se sentirá muy presionado para solucionar este problema.


José Manuel Díaz Olalla, Médico Cooperante

(Publicado en Temas para el debate, ISSN 1134-6574, Nº. 170 (en.), 2009 (Ejemplar dedicado a: La nueva arquitectura internacional), pags. 62-64

Nota: la fotografía que encabeza el artículo está tomada de elproyectomatriz.wordpress.com/.../, de Jon Sobrino

viernes, 6 de febrero de 2009

Reseña bibliográfica: “POBREZA Y LIBERTAD”


“Erradicar la pobreza desde el enfoque de Amartya Sen”
Adela Cortina y Gustavo Pereira (Editores)

En este interesante libro se vislumbra una buena noticia: la ética y la economía tienden a reencontrarse en el mundo actual. Y lo hacen como madre e hija que se separaron de forma incomprensible, pues históricamente ésta es fruto de las reflexiones que surgen de aquélla. En este contexto se extiende la convicción de que el principal objetivo de la economía es y debe ser mejorar la vida de las personas. Para todo ello el enfoque de las capacidades de Amartya Sen adquiere un protagonismo nuclear al conformar para filósofos y economistas un marco donde conseguir la superación del principal obstáculo para el logro efectivo de la dignidad humana: la pobreza.
Los trabajos que se recopilan en él justifican sobrada y convincentemente que la humanidad tiene el urgente deber moral de erradicar la pobreza. Para demostrarnos que el camino es transitable y está explorado se nos exponen un conjunto de políticas que se han mostrado efectivas en este empeño, ofreciendo al lector la posibilidad de que considere que el grado de consecución de los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio puede ser la medida con que verificar la efectividad de las mismas a nivel global. Pero en este conjunto de textos no se desechan experiencias de intervenciones locales que también han resultado muy exitosas. De esta manera se presta especial atención a los procesos ya ensayados en diferentes lugares que ponderan el peso de las comunidades, las tradiciones y las emociones, estudiando alternativas financieras a los sistemas tradicionales de crédito, como los microcréditos, sin dejar de analizar, además, la responsabilidad social de las empresas. Se enfoca todo ello desde la comprensión de una economía que exige tener en cuenta como criterio de evaluación del desarrollo, no el PIB o el ingreso medio, sino la libertad. Desde que el PNUD comenzó a extender la idea de que desarrollo humano es bastante más que riqueza material, muchos han descubierto que la ciencia económica, sin perder rigor, puede ponerse al servicio de los seres humanos y proporcionar las herramientas para que su objetivo final no sea la desigualdad distributiva y la injusticia manifiesta que de ella emana sino, muy al contrario, la libertad para la humanidad.
Amartya Kumar Sen (Shantiniketan, India, 1933) es un economista bengalí, conocido por sus trabajos sobre el origen y las causas de las hambrunas, la teoría del desarrollo humano, la economía del bienestar y los mecanismos subyacentes de la pobreza. Recibió el Premio Nobel de Economía en 1998 y el Bharat Ratna en 1999 por su trabajo en el campo de la matemática económica. Lo innovador y revolucionario de sus teorías fascina a no pocos estudiosos de la economía, convirtiéndose en el centro del debate actual de las políticas contra la pobreza. Entre ellas el comentado enfoque de las capacidades es, según la Catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, además de autora y editora de este libro, Adela Cortina, una muy adecuada propuesta de Sen para lograr que todos los seres humanos del planeta tengan iguales capacidades básicas, corporales, mentales, sociales y «de la singularidad». Es decir, no solo es posible buscar la justicia además de la libertad, sino que la justicia consiste en que todos los seres humanos tengan la libertad necesaria (las capacidades) para llevar adelante sus planes vitales. Para lo cual resulta necesario que empoderar determinadas capacidades no quede al albur del libre juego del mercado, sino que sea responsabilidad de los Estados, en el nivel nacional y en el transnacional.
La lucha contra la pobreza es posible y este libro demuestra que el concepto no se mueve tan sólo en los ámbitos mitológicos, sino que existen experiencias concretas, tanto globales como locales, exitosas y demostrativas. Por ello, este libro resulta de interés no sólo para filósofos y economistas, sino que por aportar elementos del máximo provecho a estudiosos e interesados en estrategias de lucha contra la pobreza es de gran utilidad también para agentes sociales y responsables de políticas de cooperación al desarrollo.

José Manuel Díaz Olalla
(Publicado en la revista "Temas", Febrero de 2009)