miércoles, 22 de diciembre de 2010

¿Se puede avanzar hacia un envejecimiento saludable y activo?


“Los mayores en nuestro país viven más años, tienen mejor salud y son más activos”,  resume la reciente Encuesta sobre Mayores de 2010 realizada por el IMSERSO (1). Y todo ello sin que estemos siempre de acuerdo sobre quiénes son los mayores. Por ello en esa misma encuesta se avanza que la mayoría de la población española considera que se es mayor a partir de los 70 años. Eso explica, por ejemplo, que si diéramos un breve repaso a los servicios que ofrecen en la actualidad los Centros de Mayores comprobaríamos que en los últimos años han debido transformar sus actividades para incluir muchas más de aquéllas que son propias de personas totalmente válidas y plenamente activas. Aunque con cierta frecuencia, y como consecuencia del momento en que legalmente se marca el fin de la vida laboral activa en nuestro país  -¿habría que decir hasta ahora?-, se señala implícitamente como el comienzo de la vejez la edad de 65 años, desde una óptica más pegada a la realidad social y sanitaria del mundo desarrollado bien podríamos definir que tal circunstancia ocurre, en las personas que no padecen ninguna enfermedad crónica, la mayoría de las veces después de los 75 años e incluso después de los 80 años. Es a partir de entonces cuando el deterioro cognitivo y de las condiciones generales de salud generan los importantes niveles de dependencia para actividades básicas de la vida que enmarcan y caracterizan ese periodo final de la vida. En nuestro país, además, se incrementa de manera especial  el segmento de personas octogenarias que con gran frecuencia necesitan cuidados sociosanitarios de larga duración. Así, en el periodo de cinco años comprendido entre 2003 y 2007, el  incremento de población mayor de 65 años ha sido del 4% mientras que el de la población octogenaria ha ascendido al 21,1%.

Se puede resaltar, entonces, que el envejecimiento, como fenómeno estrictamente poblacional, es un concepto relativo: cuántos mayores respecto a cuántos jóvenes. Se estima además que, en la actualidad, una de cada diez personas en el mundo es mayor de 60 años. Las previsiones indican que, en 2050, la proporción pasará al doble (una de cada cinco). Muy imbuidos, como estamos, en el occidente-centrismo imperante seguimos creyendo que el envejecimiento es fundamentalmente una situación que afecta al mundo desarrollado y nos olvidamos que, determinada por la inexorable transición demográfica en que se ve envuelto una gran parte del mundo en desarrollo, el 64% de los mayores de 60 años vive en esos países menos adelantados y dentro de 40 años esa cifra se elevará al 80%. Y no sería esa una mala noticia sino fuera porque en la mayoría de esos países las prestaciones sociales para los mayores son prácticamente inexistentes, quien no trabaja no recibe ninguna percepción económica y esta población se ve obligada a vivir de sus familias, si estas pueden, y siempre en condiciones de gran precariedad. Por eso en los países en desarrollo unos 100 millones de mayores viven con menos de un dólar diario, frente al 80% de quienes lo hacen en países desarrollados, que cuentan con un ingreso regular. Por ello, también, en África y en América Latina la mayoría de estas personas viven en la pobreza absoluta.
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lunes, 20 de diciembre de 2010

Reseña Bibliográfica. "LA LUCHA CONTRA EL HAMBRE Y LA POBREZA. VIII ENCUENTRO SALAMANCA". Alfonso Guerra, José Félix Tezanos, Sergio Tezanos Vázquez (eds.)



Recoge este libro las ponencias presentadas en los VIII Encuentros de Salamanca, celebrados los días  2, 3 y 4 de Julio de 2009 en dicha capital, por las prestigiosas  personalidades -sociólogos, politólogos, economistas, especialistas en tendencias internacionales y responsables políticos- que en ellas participaron. El libro se estructura en torno a tres grandes capítulos: las causas y las tendencias del hambre y la pobreza en el mundo; la agenda internacional del desarrollo y las  políticas de cooperación internacional en el Siglo XXI.

La primera parte indaga sobre el escenario mundial en que transcurre el hecho incontestable de que la pobreza y su manifestación más descarnada y extrema, el hambre, se agrava en los últimos años, incrementándose el número de personas que, en todo el mundo, se ven afectadas por esta injusticia. Los autores que aportan sus textos a este capítulo constatan el fracaso de las iniciativas mundiales, analizan el contexto internacional y los factores que explican este revés y aventuran una evolución futura del problema. Y casi todos ellos lo hacen en clave realista que, en estos temas y en este momento, es sinónimo de pesimista. No en vano se constata sin paliativos esta realidad como uno de los grandes problemas no resueltos de la gobernanza mundial  toda vez que el derecho a la alimentación se ha constituido como un derecho humano fundamental.
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domingo, 5 de septiembre de 2010

CATÁSTROFE EN PAKISTÁN: ENTRE LA PASIVIDAD MUNDIAL Y LA LÓGICA GEOPOLÍTICA




“Un desastre de dimensiones bíblicas” dicen las crónicas al referirse a uno de los mayores desastres naturales de los últimos años: las inundaciones que están ocurriendo en Pakistán como consecuencia del desbordamiento del Río Indo en casi toda su cuenca, del Norte a Sur del país, desde el inicio de las lluvias monzónicas, el 22 de Julio. Ya en Agosto de 2007 se produjo en todo el Sur de Asia un fenómeno semejante que afectó además a India, Nepal, Bután y Bangla Desh y fue declarado entonces por los organismos internacionales como “el peor desastre de Asia” (1). Y sorprende que, a pesar de todo, el mundo permanezca impasible ante una situación como la que se vive en estos momentos ya que, por las dimensiones que empieza a tomar, tendrá consecuencias mucho más graves que aquélla.

Esta catástrofe, al igual que la registrada hace 3 años, es sólo una muestra de los efectos inmediatos del cambio climático que llega y tiene unas características específicas y diferenciales en sus aspectos humanitarios y geopolíticos sobre las que merece la pena detenerse. Podemos empezar por su comienzo y evolución inicial, más larvada y paulatina que otras recientes, rasgo que sin embargo y lejos de hacernos pensar que el efecto final sobre vidas y haciendas sea menos grave, podemos vaticinar que, a corto y medio plazo, generará más dificultades que otros fenómenos de comienzo súbito que provocan una gran mortalidad inicial, como el reciente terremoto de Haití en Enero de este mismo año. Porque lo cierto es que el daño es ya incalculable cuando aún no hemos acabado de ver, un mes y medio después de su inicio, el final del desastre natural. El 9 de Septiembre, existen, según datos de OCHA (la Oficina de Ayuda Humanitaria de las Naciones Unidas) 20,5 millones de afectados en aquél país (más del 12% de la población), 1.752 fallecidos y 2.500 heridos, además de 1,8 millones de casas destruidas. Y sin embargo estos datos son poco informativos de la magnitud de los problemas cuando las previsiones para el futuro no pueden ser más pesimistas. De hecho los peores efectos para las vidas humanas llegarán más tarde, cuando la falta de agua, alimentos y medicamentos comience a hacer estragos en la salud y en las críticas condiciones de vida de los supervivientes, si no se toman las medidas adecuadas para evitarlo.
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miércoles, 25 de agosto de 2010

Epidemiología cotidiana



Es preciso hacer un esfuerzo didáctico con comunicadores y líderes de opinión hasta persuadirles de que los mensajes que buscan cambiar los hábitos de los ciudadanos o apoyar argumentos etiológicos deben transmitirse con un mínimo de rigor y a partir de informaciones contrastadas que, cuando pretendan reflejar relaciones causa-efecto, hayan sido pasadas antes por el tamiz del método científico. De no hacerlo así pueden ser desechadas por el receptor reflexivo como si de propaganda insulsa se trataran que sólo persigue confundir o manipular.

Ocurre esto cuando de un dato descriptivo sobre un fenómeno aislado se intenta deducir y generalizar una explicación que excede lo razonable y no se fundamenta en el mínimo análisis epidemiológico. Hace unos días, en un Telediario se dio la noticia de un accidente de tráfico en el que habían resultado muertos los cuatro ocupantes de un vehículo. El locutor añadió: “Dos de los fallecidos no llevaban puestos los cinturones de seguridad”. Sin duda quien redactó la noticia intentó transmitir al espectador que, de haber hecho las cosas correctamente, quizás estas dos personas no hubieran fallecido. Es loable esa intención de no desaprovechar cualquier resquicio para enviar mensajes que intenten fomentar las actividades saludables, como es el uso de los dispositivos de retención en los vehículos, pero el televidente avezado sin duda concluyó que si el desenlace fatal ocurrió indistintamente tanto en quienes habían tomado la medida preventiva como en los que no lo hicieron, hasta tal punto que se da la misma probabilidad (el mismo riesgo) de fallecer en un caso que en el otro, la efectividad de esa recomendable conducta es aparentemente nula. Es decir que el mensaje no valdrá para muchos, sobretodo si no se apoya en otros datos más elaborados.

Días antes, en el transcurso de los rifi-rafes dialécticos sobre la anunciada, y no materializada, huelga de controladores aéreos y ante la advertencia de un portavoz de AENA de que si el paro ocurriera se sustituiría este personal civil por otro militar, un representante sindical de los pretendidos huelguistas realizó unas declaraciones en las que recordó que hace unos años hubo un fatal accidente aéreo y que en aquél caso los controladores que regulaban el tráfico eran militares. No dio más explicaciones aunque todo el mundo entendió que sugería que la impericia de los uniformados podría haber estado entre las causas de esa desgracia. Pero no calculó el sindicalista que con seguridad muchos oyentes concluirían que si esa deducción era lógica también lo sería la de que la incompetencia de los civiles podría estar en la base de los demás accidentes aéreos, que son prácticamente todos.

Se debe pedir rigor a quienes dan la información y recordarles que para que un fenómeno, el que sea, pueda estar involucrado en la causa de otro es preciso que se den ciertas circunstancias, tales como que la casuística sea amplia y que por métodos científicos se hayan desechado los efectos que la casualidad o la concurrencia de otros fenómenos asociados puedan tener en lo que se intentar explicar, confundiendo sobre las auténticas relaciones entre los diferentes sucesos.

Aunque los que escuchan no sean expertos en las materias sobre las que se informa no hay que presuponer que el sentido común no esté entre las cualidades que adornan el intelecto de quienes reciben los mensajes, es decir, de la mayoría de los ciudadanos.


José Manuel Díaz Olalla

miércoles, 30 de junio de 2010

Los dilemas de la Ayuda Humanitaria Española. La difícil (y necesaria) coordinación de actores.

(Introducción)

La Ayuda Oficial al Desarrollo de España ha recibido un importante impulso desde la llegada del PSOE al gobierno en 2004, alcanzando en 2008 un 0,45% del Producto Nacional Bruto, mientras se avanza en la previsión de conseguir el tan reclamado 0,7% en 2012, si el actual equipo de la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo y los otros donantes públicos logran sortear los recortes del gasto que impone la actual crisis económica. Somos por tanto en proporción a nuestra riqueza bruta anual, el octavo donante mundial, aunque no debemos olvidar que la ayuda al desarrollo es una herramienta de la política exterior y que la Ayuda Humanitaria es sólo una parte de ella, pequeña en proporción al total, ya que se le dedicará en el presente año algo más de 7 de cada 100 euros que se gasten en cooperación.
Pero la Ayuda Humanitaria no es cualquier tipo de asistencia. Se denomina así a la que se brinda a la población afectada por un desastre natural o por la guerra o la violencia, busca ante todo aliviar el sufrimiento de la población afectada y se basa, en todas sus fases, en las necesidades de esa población. No cabe en ella por tanto la condicionalidad de la aportación ni la reciprocidad de los beneficiarios hacia los donantes. Debe ser, además, omnicomprensiva y abarcar no sólo la atención y el socorro inmediato sino también las actuaciones de prevención de los desastres y los conflictos y sus efectos sobre la población, la reconstrucción, la rehabilitación, la sensibilización en los países donantes sobre estos problemas y la vigilancia de los derechos de los que han sufrido los efectos de una catástrofe natural o de la violencia. Por su propia naturaleza siempre se aporta muy impulsada por una opinión pública conmovida por las imágenes y los testimonios del horror retransmitidos hasta nuestros hogares casi en directo. Ello determina muchas veces la utilización política de la misma y la formulación de grandilocuentes promesas para el futuro, generalmente en términos de desembolso de fondos, que pocas veces se materializan al cabo del tiempo. La Ayuda Humanitaria debiera ser siempre el comienzo de una atención que se ha de prolongar en el futuro con acciones de desarrollo, en un continum inaplazable que muchas veces no llega a concretarse. Tan mediática resulta que en la medida en que van desapareciendo los medios de comunicación de los escenarios de la tragedia se esfuman también iniciativas y promesas de donantes y organizaciones internacionales. Revisando en qué acabaron los compromisos de aportación de los países occidentales en importantes desembarcos humanitarios, como los derivados de los efectos del huracán Mitch de 1999 en Centroamérica o del tsunami del Índico en 2004, apreciamos hasta qué punto ese desinterés se hace patente poco tiempo después de concluidas las cumbres internacionales donde se ajustan y prometen esas aportaciones. Resulta curioso comprobar que, por el contrario, en otros que son resultado de conflictos bélicos internacionales, como los recientes casos de Afganistán o Irak, la denominada Ayuda Humanitaria comprometida y anunciada lejos de extinguirse súbitamente se prolonga y, a veces, se multiplica. Priman más en estos casos las razones de Estado de quienes financian y su propia seguridad.

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viernes, 25 de junio de 2010

Reseña del Libro: “TRANSFERENCIAS MONETARIAS CONDICIONADAS. REDUCCIÓN DE LA POBREZA ACTUAL Y FUTURA”



Este informe del Banco Mundial sobre investigaciones relativas a las políticas de desarrollo que se realizan en todo el mundo con sus fondos se enmarca en la difícil, pero apasionante, tarea de averiguar si lo que hacen los agentes de cooperación sirve para alcanzar las metas que se proponen o, al menos, si vale para algo. Es una labor ardua que ha preocupado siempre a cooperantes, donantes de fondos, beneficiarios y, en un contexto más amplio en este marco actual de crisis económica, al público en general.

Hay pocos estudios que aporten con claridad luz a la hora de evaluar el impacto de estas políticas en la vida de la gente y, cuando lo que persiguen es reducir la pobreza, en el bienestar de los más desfavorecidos del mundo.

Desde las históricas y desalentadoras primeras evaluaciones serias realizadas sobre el impacto del trabajo de la ONG’s de desarrollo (Gran Bretaña 1990-1992; Países Bajos 1990-1991; Suecia 1994-1995) en las que se evidenció que las intervenciones realizadas tenían valor a la hora de alcanzar objetivos locales e inmediatos pero contribuían muy poco a alcanzar los más globales de reducción de la pobreza (comprendida en su sentido multifactorial) o de empoderamiento de los más pobres (consultar a este respecto el libro “Compasión y cálculo” de David Sogge -ed.-, en Editorial Icaria, 1996), no se había realizado un trabajo tan interesante como este. Por ello su lectura es indispensable para quienes trabajan en cooperación desde cualquiera de sus áreas (multilateral, gubernamental, ONG’s) y desean conocer, desde el abordaje científico, la eficacia y el auténtico alcance de sus esfuerzos.
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viernes, 30 de abril de 2010

Salud, ciudad y desigualdad: ¿Qué hacer ante la desigualdad urbana en la salud?



La justicia social es una cuestión de vida o muerte para muchas personas en todo el mundo. Afecta al modo en que viven, a la probabilidad de enfermar y al riesgo de morir de forma prematura. La esperanza de vida y el estado de salud mejoran de forma constante en algunas partes del mundo, pero inquieta comprobar que eso no ocurre en otros lugares. La esperanza de vida de un niño es muy diferente según dónde haya nacido. En España o en Japón puede esperar vivir más de 80 años si nace en la actualidad, en Brasil 72, en India 63 y en Angola menos de 50.

Dentro de un mismo país, las diferencias en esperanza de vida son también inmensas y reproducen esa situación mundial. Los más pobres padecen elevados niveles de enfermedad y mortalidad precoz. Pero la mala salud no afecta únicamente a los más desfavorecidos. En todos los países con independencia de su riqueza y su desarrollo, la salud y la enfermedad marcan un claro gradiente social: cuanto más baja es la situación socioeconómica, peor es el estado de salud. Aunque nos acostumbremos cotidianamente a esta injusticia el conocimiento científico nos asegura que esto no tiene por qué ser así y, no sólo eso, sino que no es justo que así sea. La inequidad sanitaria que queda definida en esas evidencias puede modificarse con medidas razonables. A pesar de que es una realidad incontestable que nos abruma, al trasladar esta visión de la realidad global al nivel de la ciudad en que vivimos este abismo parece más injustificable. Y es precisamente la proximidad lo que nos lo hace incomprensible. Cuando pensamos que no hay que trasladarse a otra parte del globo, sino que muy cerca de nuestra casa, quizás en nuestro mismo barrio, hay zonas donde viven personas con tantas dificultades en su vida que ésta es mucho más corta y más penosa o que padecen discapacidad y enfermedades crónicas con mucha más frecuencia, la incredulidad se adueña de nosotros. Porque ocurre a pesar de que vivamos en un país con un sistema sanitario universal, de calidad y, en teoría, equitativo y accesible. Precisamente por eso se hace evidente que las diferencias las marcan más otros elementos de la vida cotidiana.

Todos los días en el autobús, por la calle o en el bar coincidimos con estas personas, vecinos nuestros, y comprobamos por su aspecto, su vestimenta, sus hábitos ostensibles, el estado de su dentadura o la higiene de sus hijos las dificultades de su vida. Porque esas desigualdades que podrían evitarse son el resultado de la situación en que la población crece, vive, trabaja y envejece y de las posibilidades reales de acceso a los sistemas que utilizan para prevenir o combatir la enfermedad. A su vez, las condiciones en que la gente vive y muere están determinadas por fuerzas políticas, sociales y económicas. Las políticas que se hacen tienen efectos determinantes en las posibilidades de que un niño crezca y desarrolle todo su potencial y tenga una vida próspera, o, por el contrario, que ésta se frustre.

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viernes, 5 de febrero de 2010

Esperanza de vida y esperanza de pensión

Estamos asistiendo estos días, a raíz de la polémica y anunciada intención del Gobierno de prolongar la vida laboral activa hasta los 67 años, a una formulación de opiniones e interpretaciones de un indicador de mortalidad, la Esperanza de Vida, tan plagadas de inexactitudes que, lejos de explicar la naturaleza real de los problemas, los enturbian aún más y confunden de manera extraordinaria a la opinión pública.

Se argumenta que es preciso hacerlo porque en la actualidad la población española alcanza un promedio de años de vida de más de 80 años (80,9 para el conjunto de nuestra población en el último año disponible, el 2007) (1), y que de seguir a este ritmo de crecimiento de la expectativa vital el sistema de pensiones (léase la relación existente entre los que aportan a la seguridad social y los que consumen esas aportaciones) se haría inviable.

La Esperanza de Vida es un indicador complejo de la mortalidad de una población calculado a partir de los riesgos de fallecer a cada edad en un momento dado mediante un modelo aritmético de esos mismos riesgos. Es el mejor indicador de mortalidad que existe por lo que refleja de manera muy acertada el nivel de salud de una población, delatando de forma fiel las condiciones de vida de las personas que conforman esa comunidad. Su cálculo se basa en una hipótesis de partida, como es la de que esa población teórica (cohorte) a la que se “observa” durante su trayecto vital va a estar sometida a los mismos riesgos de morir que tiene la población de la que procede en cada edad de la vida y en el momento dado. Es decir que cuando se está hablando, como se hace ahora, de la Esperanza de Vida de la población española dando el dato del año 2007, en realidad se refieren a la expectativa vital que tendrían los nacidos en nuestro país durante ese año si durante toda su vida mantuvieran la misma probabilidad de morir a cada edad que la población española real en ese mismo periodo, información que procede de las tasas de mortalidad ya disponibles en las estadísticas oficiales. Como se ve es una mera, aunque importantísima, elaboración teórica ya que lo normal es que salvo catástrofe imprevista (como ocurre en algunos países por efecto de la pandemia de VIH/SIDA), los riesgos de morir a todas las edades se reduzcan año tras año y esta eventualidad no la contempla el cálculo del indicador.

Por ello cuando se afirma que la Esperanza de Vida ahora es de más de 80 años, se olvida que esa es la que previsible e hipotéticamente aspiran a vivir, de media, los españoles que hayan nacido en el año 2007 y no la de las personas que, en la actualidad, tenemos más edad. En realidad y continuando con este planteamiento, cada uno tendremos la media de Esperanza de Vida existente en nuestro país en el año en que nacimos. Bien es cierto que, incluso en su parte teórica, en la medida en que vamos cumpliendo años mejoramos la expectativa vital de que partíamos en relación al momento de nuestro nacimiento, pero siempre es mucho más corta que la existente en la actualidad para quienes nacen ahora. Según las tablas de vida históricas podemos decir que quienes nacieron en 1945 en España tenían una Esperanza de Vida al Nacer de 55 años. Como quiera que son los que deberían jubilarse este año, si alcanzaron la edad de jubilación lo hicieron porque otros “se fueron quedando por el camino” a edades más tempranas y por ello los supervivientes de esa generación han ido mejorado su expectativa teórica. Según el procedimiento en el que se basa esta elaboración ahora les quedarían unos 11 años de vida de promedio, y no 15 como se empeñan en decir, mientras que previsiblemente los que nazcan en 2010, cuando lleguen a los 65 años tendrán por delante, también como promedio, más de 20 años adicionales de vida.

En realidad estos incrementos de la edad a la que previsiblemente podríamos morir no significan tanto que existan personas más longevas, sino más certeramente que hemos disminuido de manera muy notable la mortalidad de niños y jóvenes en los últimos decenios. De hecho los grandes avances registrados en esta perspectiva vital de la que hablamos en nuestro país durante gran parte del siglo XX se deben directamente a este efecto y, las últimas, más lentas, a las mejoras en las condiciones de vida y de atención sanitaria de toda la población.

Ello se deduce de observar el progreso humano mediante las series cronológicas de este indicador. A través de ellas es posible constatar que la Esperanza de Vida al Nacer en la Edad de Bronce era tan sólo de 18 años, alcanzando en la Antigua Roma unos muy discretos 28 años. El impacto del progreso en las condiciones de vida que se han registrado durante la época moderna, en especial desde la revolución industrial en los países desarrollados, se evidencia al comprobar que en España a comienzos del siglo XX esta expectativa estaba entre los 30 y los 45 años, alcanzando en poco más de un siglo los 80 actuales.

Pero hay más elementos de interés en este pretendido debate salubrista y económico que agita la vida pública en las últimas semanas. Se obvia también un factor determinante como es el de las limitaciones clásicas de observar la realidad en términos de promedios sin detenernos a analizar la de quienes, por diferentes motivos, se alejan de esa cifra central. Me refiero al hecho conocido de que nuestro país es uno de los que mantiene niveles más importantes de desigualdades en la salud entre diferentes grupos sociales de toda la Unión Europea. Si hablamos siempre de promedios no somos capaces de visualizar el hecho de que en España esa Esperanza de Vida es 10 años mayor para el decil más pudiente de la población que para el más desfavorecido (2). En el Estudio de Salud de la Ciudad de Madrid 2006 (3) ya se apreciaban las diferencias en las perspectivas reales de vida de la población entre los distintos distritos de la ciudad, como modelo de este amplio abanico de realidades que se concentran en un gran núcleo urbano. Trasladando la evidencia a términos de sostenibilidad del sistema de pensiones podemos entender que ahora y en el futuro la población más desfavorecida va a aportar más proporcionalmente en relación a lo que va a obtener en términos de tiempo real ya que contribuirán el mismo número de años y podrán gozar del fruto de su esfuerzo muchos menos.

Pero de todos los argumentos que se sacan a relucir en relación a este debate el más ignorado aunque, a mi modo de ver, uno de los que mejor explican el auténtico alcance, en términos de bienestar, de la anunciada prolongación de la vida laboral es el que define otro importante indicador de la salud y, por tanto, de las condiciones de vida de la gente: la Esperanza de Vida en Buena Salud. Se trata de una elaboración de la propia Esperanza de Vida al Nacer por la que se corrige la información introduciendo un concepto cualitativo: cuántos años del total de la vida se vivirán en buenas condiciones de salud, por lo tanto y de forma razonable, sin limitaciones, enfermedades o discapacidad. En nuestro estudio de Madrid se recogió por vez primera que, aunque la perspectiva de vida entre hombres y mujeres es muy distinta, la de los años que vivirán en buenas condiciones de salud es aproximadamente la misma: 63 años. En datos más recientes se confirma esa adelantada tendencia: 63, 7 años en hombres y 63,3 años en mujeres en nuestro país para 2006 según la Comisión Europea (4). Pasarán por ello las mujeres españolas que nacieron en los últimos años más del 25% de su vida en situación de mala salud y los hombres casi un 17% de la misma. Lo más llamativo es, por tanto, que al cumplir la edad actual de jubilación una mayoría de supervivientes, los que resisten de esa generación sobre la que se ha hecho el cálculo, estarán enfermos, discapacitados o, simplemente, vivirán con una situación de salud precaria. Si, además, ahora se concluye que deben seguir trabajando 2 años más en tales condiciones tendremos que plantearnos si, definitivamente, los avances sanitarios, las mejoras en las condiciones de vida y trabajo, el desarrollo y el progreso traían acarreado necesariamente un retroceso en bienestar semejante. Para la generación que ahora alcanza la anhelada edad del retiro es previsible que la situación sea aún peor ya que, según esos mismos datos de los que hablamos, una gran mayoría sufre en algún grado padecimientos y limitaciones físicas y psíquicas porque ha estado sometida a riesgos para su salud de forma mucho más intensa que los que tendrán que soportar los españoles que llegan ahora al mundo y para los que se han calculado las cifras señaladas.

José Manuel Díaz Olalla
(Publicado en el Blog de Madrid Salud, el 5 de febrero de 2010)
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(1) INE, “Tablas de mortalidad de España, 2009”, disponible en www.ine.es
(2) SESPAS, “Lograr equidad en salud”, 2000, disponible en http://www.sespas.es/informe2000/d1_01.pdf 
(3) Instituto de Salud Pública, Madrid Salud, Ayuntamiento de Madrid, Estudio de Salud de la Ciudad de Madrid, disponible en: http://www.madridsalud.es/publicaciones/publicacionesMS.php
(4) Comisión Europea, Dirección General de Salud y Consumo (DG SANCO) “Encuesta de Salud Europea” ; disponible en: http://ec.europa.eu/health/ph_information/indicators/lifeyears_es.htm

sábado, 30 de enero de 2010

Terremoto en Haití: ¿mala suerte o injusticia crónica?


Foto: empollonintegrista.wordpress.com/2008/10/page/2/



Las mínimas estructuras que se sostenían a duras penas en Haití cayeron con el terremoto. La  mayoría de la población, ya de por sí muy vulnerable a causa de la pobreza extrema y del  hambre, ha quedado a la intemperie, abocada a la más dura supervivencia. Los organismos  internacionales y los Estados que están aportando ayuda deben hacer un esfuerzo compartido  para recomponer el país con visión de futuro.

Leer el texto completo clickando aquí: http://www.fundacionsistema.com/media//PDF/Temas183_PDF_Hait%c3%ad_Olalla%20y%20Estebanez.pdf