Estimado Sr Urkullu:
Aunque los noticieros del pasado 1 de Agosto llegaron cargados de titulares
que provocaban con facilidad la indignación (Rajoy en el Congreso explicando
que “no le consta” la financiación ilegal de su partido durante más de 20 años,
el mismo individuo intentando soltar el pesado lastre en que se ha convertido
su amigo y tesorero diciendo eso de que “yo no fui”, coletazos de los ERES de Andalucía, altos
cargos del gobierno Balear entrando y saliendo –y que viva “la puerta
giratoria-“ de la cárcel, Berlusconi y
un largo etcétera) a mí el que más irritación
me causó - ¡fíjese qué cosa, con lo difícil que era!- fue el que acompañaba una foto suya señalando,
amenazador, con su dedo, a algunas personas que le increpaban en Azpeitia.
Según la crónica estas personas criticaban sus actuaciones políticas y le
habían tachado de “fascista”.
No vivo en Euskadi. Con bastante seguridad no estaría de acuerdo
con todos los motivos de esas personas para criticarle e increparle pero sí con
su derecho a hacerlo. Si hubiera estado presente en aquél lugar y hubiera oído
ese epíteto brotar de los labios de aquéllos indignados hubiera pensado, sin
duda, que era una expresión excesiva e innecesaria, e, incluso, injustificada,
pero después de ver la foto de su dedo blandiéndose contra ellos creo que su actitud, Sr. Urkullu, les da toda la razón a ellos y se la
quita a usted. Esa foto y la parte del relato que la compaña en que se explica
que los policías que formaban parte de su corte identificaron a esas personas y
les comunicaron que iban a ser multados por su actitud, nos lleva a pensar, a mí
y a muchos, que quizás esos represaliados tenían las cosas más claras de lo que
nos imaginábamos.
¿O hay que repasar algunas lecciones elementales de democracia?
A ver, tomemos nota: ustedes son servidores públicos, llegan a los puestos que
ocupan por decisión libre y sin coacciones y recibir y aceptar las críticas por lo que hacen “va en
su sueldo”. Incluso aquélla que se
produce en tono intempestivo y a gritos, porque los ciudadanos que están en
contra de lo que ustedes hacen, una gran mayoría según las encuestas, carecen
de vías reales y legales para manifestar su disconformidad y su rechazo. Esas vías
no existen porque a ustedes no les interesa y obligan a la gente a gritarles en
la calle lo que tienen derecho a hacerles llegar cuando lo consideren adecuado.
Leo en la crónica que, después, justificó usted su
deplorable comportamiento en la obligación de defender las instituciones para pronunciarse también como
un firme partidario de aumentar la cultura democrática de la población. Digno y
previsible colofón para una torpeza injustificable: la cultura democrática
empieza por dejar el dedito acusador metido dentro del bolsillo aunque le digan
cosas que no le gusten, considere que otros lo sacan para hacer la peineta y resulta igual de obsceno, y
parapetarse en las instituciones para rechazar las críticas que legítimamente
les hacen a ustedes por lo que ustedes hacen es algo tan ofensivo como usarlas
para sus intereses cuando les conviene. De esto último, como sabe, llegan
noticias a millares todos los días.
Le envío esta pequeña misiva a una dirección de email del
gobierno vasco que he encontrado, casi
por casualidad, tras grandes esfuerzos de búsqueda por internet, aunque dudo
mucho que llegue alguna vez a sus manos (quizás debería decir a “sus ojos” para
adaptar el lenguaje a los formatos de esta era digital en la que vivimos). Como
previsiblemente no llegará, para que usted sepa lo que pienso de su actitud,
un derecho democrático que ustedes se encargan todos los días de que no pueda hacer
realidad, no me dejan más resquicio que esperar a encontrarle algún día por la calle
durante un acto público para gritarle todo esto que le escribo.
Aunque me arriesgue a que luego me señale con su dedo inquisitorial antes de mandar a los guardias
tras de mí para que me denuncien o para que me lleven preso.
Así nos va. Así les va.
Manuel Díaz Olalla